Una vez yo tuve un peluche con el que dormía todas las noches, era mi fiel compañera y era Minnie Mouse de bebé, yo la cuidaba y le hacía trajes, dormía con ella porque me protegía y tenía la rara costumbre de dormir con un peluche abrazado -Minnie bebé- y otro a mi espalda, no sé, pensé que me protejerían ¿de qué? de mis monstruos personales. Un día me dije que ya estaba muy grande para esas cosas y con la misma determinación con la que a corta edad dejé el chupete y se lo di a la Mischa -la perra-, la boté porque me avergonzaba y ahí descubrí algo -esas cosas que pasan a veces- que no tenía que avergonzarme, que avergonzarse es sumamente estúpido y como todas las cosas estúpidas ocurre frecuentemente y que a pesar de que ya era grande no tenía el derecho a botarla porque era parte de mi mundo y porque habría sido muy miserable de mi parte abandonarla cuando ella nunca lo hizo, ni cuando le lloré, ni cuando le reí, ni cuando la golpeé.
Ahora está en mi repisa mirandome con los mismos ojos con los que me ha mirado 15 años. Que me llamen pendeja, me vale.